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Mensaje  Seth Winchester Sáb Ago 13, 2011 9:59 pm

Para tranquilizar a la población, Glaser propuso a Schnezzer la exhumación del cadáver de Paole y así proceder al ritual para acabar con el supuesto vampiro. Ante estas presiones el Alto Mando de Belgrado se vio obligado a acceder a la ejecución del ritual, siempre y cuando estuviese presente el médico militar Johann Flückinger y dos suboficiales. Poco más tarde el propio Flückinger, condicionado por la imposibilidad de encontrar cualquier explicación médica para esas muertes, sería el encargado de achacar “oficialmente” las mismas al fantasma de Paole.
Pero la genialidad de Flückinger no terminó aquí, en su informe alertaba a la población sobre el posible ataque que el ganado habría sufrido por el “vampiro”, por lo que un elevado porcentaje del mismo también estaría contaminado. La burocracia de la época no tenía nada que envidiar a la actual; no fue hasta cuarenta años más tarde, cuando finalmente se procedió, en presencia de testigos, a clavar una estaca en el corazón al cadáver de Paole y otorgarle así el eterno descanso.
Los informes de Glaser y Flückinger sobre Arnont Paole no tardaron en darse a conocer en la prensa de la época. Actualmente se encuentran publicados, junto con otros casos no menos interesantes, bajo el título Mortus non Mordet. Dokumente zum Vampirismus, 1689-1791, Hamberger, editorial Klaus (Viena-1992).
Diferentes teorías han tratado de dar una explicación patológica a todas esas muertes y desdichas que en la primera mitad del s. XVIII conmocionaron buena parte de los núcleos rurales de centroeuropa. En este sentido habría que destacar la labor del Dr. Christian Reiter, patólogo del Instituto de Medicina Forense de Viena, el cual culpa de estas muertes y enfermedades no al ataque de vampiros sino al Bacillus Anthracis (más conocido como Anthrax) y que fue descubierto justamente en 1849. Este bacilo carbuncoso lo podíamos encontrar tanto en el ganado lanar como en el vacuno, siendo muy contagioso y virulento para el hombre. La hambruna de la época obligó a buena parte de la población a consumir durante el frío invierno los cadáveres del ganado que, sin lugar a dudas, estaba infectado por este contagioso bacilo, lo que dio lugar a que la enfermedad se propagase de forma endémica.
Los síntomas derivados de su contagio eran idénticos a los que el vulgo atribuía al ataque de un vampiro: fiebre altísima, convulsiones, trastornos cardiorespiratorios, sed desmesurada, etc. El problema se agudizaba cuando la enfermedad se hacía crítica, es decir, cuando llegaba a los pulmones para causar posteriormente la muerte del afectado. El propio Reiter atribuye a esta falta de oxígeno y asfixia aquellas alucinaciones en la que la víctima de esta enfermedad llegaba a creer que un vampiro le estaba estrangulando.
Utilizando esta hipótesis, resulta extraordinariamente curioso que diferentes médicos y epidemiólogos que analizaron este tipo de patología en multitud de cadáveres no se vieran afectados ni sufriesen contagio alguno por el virulento y contagioso Bacillus Anthracis. En este sentido tendríamos que mencionar la labor del Dr. Georg Tallar, médico húngaro que en 1784 realizó uno de los mejores estudios científicos sobre los supuestos ataques vampíricos. El Dr. Tallar expuso la explicación más lógica y racional sobre los síntomas que estaban padeciendo las posibles víctimas de vampiros. No se debía ni más ni menos que al estricto ayuno que la Iglesia Ortodoxa impuso en aquella época, es decir, a una profunda anemia. Años más tarde, otros profesionales de la medicina también ejercieron su crítica y defensa ante aquellas técnicas que dentro de su profesión las consideraban como vampíricas. Me refiero a las sangrías que se realizaban con fines depurativos. En este sentido, hay que mencionar al médico alemán Friedrich Alexander Simon, quién publicó en 1830 su obra El Vampirismo en la Medicina.
Los casos de vampirismo que podemos encontrar en las crónicas del s. XVIII son innumerables, tal y como recoge el estudioso del fenómeno Carl Ferdinad Von Schert en su libro Magia Posthuma. En él nos relata la historia de un simpático vampiro, el fantasma de un pastor de la aldea de Blow (población cercana a Kadam, en Bohemia). Cuenta que este vampiro se aparecía a los lugareños de la aldea saludándoles por su nombre y que estos morían irremisiblemente transcurrido el plazo de ocho días. Según esta crónica, los aterrorizados aldeanos decidieron poner fin a sus males atravesando con una estaca el corazón del supuesto vampiro causante de sus tremendas desgracias.
Cuál sería la sorpresa del cortejo “matavampiros” cuando al abrir el ataúd del difunto pastor éste les recibió con una jocosa carcajada, agradeciendo la estaca que, más tarde, la podría utilizar para ahuyentar y defenderse del ataque de los perros. Esa misma noche, el vampiro se vengó de sus paisanos “saludando” a todos aquellos partícipes que le habían obsequiado con la afilada estaca. Ante el clamor e indignación popular no le quedó más remedio que intervenir al verdugo de Blow, quien peleando contra la fuerza sobrehumana del vampiro (según la crónica de Von Schert) consiguió reducir y maniatar a este último para posteriormente quemarlo entre espeluznantes alaridos, aullidos y un sin fin de maldiciones. Antes de reducir a cenizas al vampiro, pudieron apreciar cómo éste derramó una gran cantidad de sangre, lo que sirvió para terminar de condenar y autentificar como tal el cadáver del simpático pastor.
La fisonomía atribuible al vampiro es tan variada y diferente como su área de influencia. En Transilvania, las leyendas vampíricas le confieren un aspecto sombrío y con una mortal palidez, con labios rojos y gruesos en los que destacan y sobresalen unos afilados colmillos. Su mirada es hipnótica, en la que destacan unos ojos llameantes e irritados. Es cejijunto, tiene vello en las palmas de las manos y sus dedos son extremadamente huesudos y delgados, de los que sobresalen unas afiladas y larguísimas uñas. Su aliento es fétido y se le atribuye una fuerza sobrehumana. En Rusia se le ha descrito con cabello y tez rojiza así como con labio leporino. En Eslovaquia y Rumania encontramos descripciones de este personaje, el Krvopijac, con un solo orificio nasal y con un apéndice afilado al final de su lengua, en lugar de los característicos y significativos colmillos. En Baviera se creía que los vampiros dormían con un ojo abierto. En Moravia y Albania el vampiro conocido como Liuvgat atacaba desnudo a sus víctimas y a veces con unos incomodísimos zapatos de tacón alto. Al Strigoi rumano se le describía con patas de cabra, oca o de caballo.
También encontramos en centroeuropa curiosas referencias a vampiros infantiles, como los Kuzlak serbios y los Moroi rumanos. Creían que estos infantes se convertían en vampiros cuando eran asesinados por su propia madre antes de ser bautizados, y se dedicaban a sembrar el terror entre los vivos con el fin de intentar que estos últimos fuesen capaces de descubrir tan horrendo crimen.
Los remedios utilizados para luchar contra el posible ataque de un vampiro son muy diversos y singulares. Por ejemplo, en Alemania, existía la curiosa creencia de que si se esparcían diversos granos de arroz o maíz en la tumba del supuesto vampiro, evitarían que éste se levantase de la misma, ya que el supuesto vampiro estaría muy entretenido contando el total de granos esparcidos. En este país también se utilizaba como remedio el enterrar a los difuntos con una buena provisión de comida o colocar dinero en la boca del fallecido. En Rusia el ataque de un vampiro se podía contrarrestar comiendo cierta cantidad de tierra de la tumba del vampiro y untándose el cuerpo con la sangre del mismo. En Bulgaria y Albania se creía que poniendo una rosa silvestre o una rama de espino sobre la tumba del vampiro se evitaría la salida de este siniestro personaje.
En contra de lo que podamos pensar, el fenómeno del vampirismo no es un coto exclusivo del género masculino. Para muchos investigadores de esta temática fue precisamente una mujer del s. XVI el vampiro más cruento de todos los conocidos, me estoy refiriendo a la condesa Elizabeth Báthory. En las obras de escritores e investigadores como Raymond T. McNally, en Drácula fue una mujer, o en Crímenes Sexuales en la Historia, de Master y Eduard podemos encontrar un excelente estudio sobre la biografía de este terrorífico personaje.
En El Gran Libro de los Vampiros, de Angel Gordon, se recoge un interesante recorte del periódico Reveille, de 14 de marzo de 1975, en el que el Dr. Zoltan Meder, profesor de la Universidad de Florida, expone la interesante teoría de que el verdadero Drácula fue la condesa Báthory, en contra de lo que muchos historiadores defienden al otorgar tal honor a Vlad “el Empalador”. Para ello, el Dr. Meder sostiene que la palabra Drácula significa en rumano “ella-demonio” y que los habitantes de esa zona se refieren a Drácula como una mujer. También nos señala que la elección que tuvo Stoker en su famosa novela a la hora de que un personaje masculino interpretase al histórico vampiro no fue debido ni más ni menos a que los lectores de la época no podrían admitir la atribución de las características de un vampiro en una mujer.
Seth Winchester
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